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viernes, 1 de julio de 2016

Un cadáver exhibicionista (Capítulo 6 de SERIOpata)


CAPÍTULO 6

No quise tan siquiera mirar el reloj de la mesa de noche cuando sonó el teléfono. Hacía menos de tres horas me había acostado y no me apetecía tan siquiera sacar el brazo de la cama para alcanzar el móvil. La razón de tanta “flojera”, como se viene a decir por Cádiz, estaba en el juego en línea al que solía jugar. Me había enfrascado en una partida con tal de subir al menos tres niveles en aquella misma noche y cuando me vine a dar cuenta faltaban unos diez minutos para las tres de la madrugada. Sin embargo, no me quedó otra que contestar:
—¡Buenos días Águeda! Creo que ha llegado el momento de saltar de la cama—escuché al otro lado de la línea nada más descolgar.
—¿Comisario?
—O Paco, como suelen llamarme, si soy yo—comentó en su habitual tono de chanza.
—¿Qué ha sucedido?
—Será mejor que lo veas con tus propios ojos. Esto no tiene desperdicio.
—¿Dónde?
—¿Sabes dónde está la plaza de San Antonio?
—He estado, pero no tengo ni idea de cómo llegar hasta allí en coche—admití. Aquel entramado de callejas por el centro de la ciudad jamás me había gustado para ir con mi vehículo.
—Está bien. Vaya hasta la comisaria y desde allí haré que una patrulla le acerque—organizó.
—De acuerdo, muy amable. Trataré de tardar lo menos posible—colgué mientras comenzaba a vestirme a la carrera.
Eran casi las siete en punto cuando logré llegar hasta la plaza de San Antonio situada en pleno centro histórico de la ciudad. Un lugar emblemático de la Tácita de Plata donde cada año se pronunciaba el pregón del Carnaval según me habían contado nada más llegar a la ciudad.
Habría tardado menos en llegar hasta aquel punto de no ser porque o bien los agentes habían ignorado la orden del comisario (algo probable viendo el nivel de desidia cuando les comuniqué la orden), o a este se le había olvidado darla. No me quedó más remedio que costearme de mi propio bolsillo un taxi, bastante caro, por cierto, pues el taxista viendo que no era oriunda, decidió confundirme callejeando por lugares por donde tan siquiera pensaba que fuese a pasar un coche.
Cuando por fin llegué me dirigí hasta el centro de la plaza, donde a pesar de la hora, un grupo nutrido de ciudadanos rodeaban el cerco policial con morbosa curiosidad. Sin tan siquiera mirar mi acreditación el agente me dejó pasar hasta darme de bruces con el cuerpo de un hombre desnudo tumbado bocabajo. Pese a la posición deduje que era un individuo más cercano a la cincuentena que a los cuarenta, de aspecto sano y de piel tostada.  En esta ocasión el cuerpo tan solo presentaba dos cortes limpios a la altura de los riñones, cortes por donde habían sido extraídos dichos órganos.
—¿Aquí la gente no duerme? —usé a modo de saludo al cruzarme con el comisario.
—Llámalos para trabajar verán como huyen despavoridos, pero cuando algo extraordinario sucede Cádiz se convierte en un enorme patio de vecinas. Es cuestión de minutos, que digo minutos, segundos, para que un rumor circule por las calles logrando la curiosidad del respetable—me replicó en tono jocoso. —Su asesino tiene ganas de tenerla a usted trabando en más de un caso.
—Eso me temo. ¿Contamos con algún dato de la víctima?
—¡Como para no tenerlo! Este hombre es más conocido que la tienda del Melli. Uno de los autores de comparsa más afamado de la ciudad.
—Según he podido oír dentro del concurso de agrupaciones del teatro Falla hay muchas envidias y rencillas. ¿Podría ser este uno de esos casos?
—Puede...pese a que nadie jamás había llegado tan lejos como para matar a otro autor—resopló. —Aunque eso deberías averiguarlo tú. ¿Acaso no eres la criminóloga? —me apoyó sus manos en mis hombros con gesto paternal.
—Totalmente cierto—me ruboricé ante la alusión. Mi encomienda era no solo dar con el asesino sino también comprender el motivo por el que había obrado de tal manera. —¿Podrían cubrir un poco el escenario del crimen? Me gustaría hacer una serie de comprobaciones—quise sonar lo más profesional posible. —¿O acaso el juez y el forense vendrán en esta ocasión para llevar a cabo el levantamiento del cadáver?
—Ni de coña—me contestó el comisario. —¡Esteban, Lorenzo, coloquen unas cortinillas para que la inspectora pueda estudiar detenidamente el cadáver!
De saberlo hubiese dejado las cosas tal cual, pues para mi desesperación ambos agentes tomaron una sábana, al parecer entregada por una vecina de las inmediaciones, y la levantaron con sus propias manos a modo de telón. Pese a la falta de intimidad para trabajar me puse manos a la obra y me coloqué en cuclillas junto al cuerpo.
—¿Alguien podría hacerme el favor de pasarme unos guantes para inspeccionar el cadáver?
—No hay, inspectora—contestó uno de los agentes. —Los recortes del Ministerio del Interior nos ha dejado sin apenas material para trabajar.
No quise que aquel contratiempo supusiese un problema a la hora de llevar a cabo mi labor. Haciendo de tripas corazón, separé un poco los glúteos para poder introducirle dos dedos por su recto.
—¡Por la cruz de Jesús Nazareno, Águeda! —exclamó el comisario al verme. —Desconocía tus gustos sexuales. No es necesario que sea con un muerto, si tan desesperada estás conozco a más de uno en el cuerpo dispuesto a disfrutar del placer anal. —bromeó pese a su gesto de desagrado al verme hurgar por aquella zona del cuerpo.
Yo sin embargo apenas presté atención. Estaba muy centrada en mi labor.
Al darse cuenta de mi inspección anal uno de los agentes que sujetaban la sabana no pudo evitar vomitar dejándome aún más expuesta a la vista de la concurrencia de la plaza.
—¡Qué asquerosidad es esa! —oí a mi espalda decir a una mujer.
—¡Tranquila, a estas alturas sus problemas de próstata le deben traer sin cuidado! —exclamó otro.
Se dieron un rosario de comentarios tanto de esa índole como más grotescos. Por respeto a ti lector los evitaré. A mí personalmente me trajo sin cuidado cuando logré sacar aquello que buscaba. Victoriosa mostré mi hallazgo como si hubiese dado con un tesoro.
—¡Alguien se atreve a tocarlo! —dije casi sin pensarlo. Fue mi pequeña venganza por los chascarrillos sufridos.
El comisario se quedó unos segundos de piedra al oírme hasta que rompió a reír a carcajadas.
—No llegue a pensar que tuvieses los cojones tan bien planteados—me aplaudió.
—Ni yo que fuese capaz—dije avergonzada por haberme convertido en el centro de atención.
—No se corte. Estas cosas gustan en Cádiz, más cuando vienen de alguien del norte como usted—le restó importancia. —¿Cómo supo que tendría el pito de carnaval ahí?
—Dos muertes tan cercanas en el tiempo siempre guardan relación—reflejé. —De momento creo que debemos descartar el tema de las drogas, y centrarnos más en el Carnaval.
—Con la Iglesia hemos topado amigo Sancho.
—¡¿Qué quiere decir con eso?!
—Usted se puede meter con todo en Cai, pero nunca lo haga con el carnaval. Aquí la gente es muy “sentía” con ese tema—me aclaró.
—Ese es problema mío—quise sonar resolutiva. —Si le es posible conciérteme una cita con sus más allegados, sobre todo gente del Carnaval.
—Tenga cuidado—concluyó muy serio. —Una última cosa...
—Si señor comisario.

—Lavase inmediatamente la mano. La tiene llena de mierda.

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