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martes, 25 de octubre de 2011

El Alma del Vino

A falta de otro material tipo entrevista, o referencias de libro, o cualquier reflexión estrambótica de las mías para no dejaros tanto tiempo sin nada que ver en el blog (ya que así os aburrís y no volvéis) os dejo aquí un relato que presente hace un tiempo a concurso (como podréis deducir no gana) aún así hay os la dejo para que valoréis:

Acosado por los acreedores Agustín casi no se atrevía a salir de su bodega hasta bien entrada la noche. Una considerable disminución en el consumo de sus caldos, le había llevado a una ruinosa situación casi insostenible. Para colmo una plaga de filoxeras estaba a punto de arruinar la próxima vendimia, complicando mucho más si cabe la complicada situación.
Salió casi a hurtadillas mirando hacia ambos lados de la calle para cerciorarse de que no había nadie, ya días atrás casi sale apaleado por una cuadrilla de descontentos obreros que reclamaban su salario por no asegurarse debidamente, solo su velocidad en la huida había evitado mayores consecuencias, pero no siempre sería así.
Apretó el paso procurando no cruzarse con nadie, aunque aquellas horas de la noche, era casi imposible hallar a nadie. Fue al cruzar una esquina cuando vio a un hombre apoyado contra la pared en actitud expectante. En un principio no podía reconocer sus facciones por la oscuridad, tan solo se distinguía una prominente barba.
Conforme se fue aproximando, el miedo a que fuese algún posible sicario enviado por cualquiera de aquellos a los que adeudaba fuertes sumas de dinero fue disminuyendo. La apariencia descuidada de aquel hombre, denotaba que era sin lugar a duda un vulgar mendigo, que por el contorno rojo de sus mejillas, ya se hallaba ebrio.
Paso por su lado tratando de evitar rozarse con él, de siempre, aquellos vagabundos le habían dado malas vibraciones, es como si ellos trasladasen, según su creencia, la mala suerte de un lugar a otro.
-Amigo.-se dirigió el indigente a Agustín.-Podría darme un cigarrillo.-pidió de manera educada.
Tan siquiera se volvió a mirar a su interlocutor, simplemente continuó hacia delante sin hacer el menor caso a las palabras de aquel hombre de espesa barba.
-Señor.-esta vez gritó el mendigo de manera más fuerte.-Le he dicho si podría darme un cigarro.-dijo acercando sus pasos hacia el bodeguero.
Un escalofrío en su espalda le hizo volver al estado de tensión inicial. Quizás no fuese buena idea enfadar a aquel ebrio personaje, en su estado de alcoholismo podría reaccionar de manera violenta, cosa que no le convenía en nada, tras la experiencia cercana vivida, así que metiéndose la mano en el bolsillo de su chaqueta, tomó un cigarro que le lanzó sin tan siquiera mirarlo.
-Muchas gracias caballero.-respondió amablemente tras recibir el pitillo.
Tras creer que las peticiones ya estaban cubiertas, reemprendió su marcha, pero cual fue su asombro, al comprobar como una huesuda mano se posaba en su hombro:
-Amigo se le ha olvidado darme fuego.-sintió la calidez del aliento alcohólico.
Los ojos de Agustín casi se salen de sus orbitas al comprobar tras su espalda al indigente. No podía creer, que aquel personaje hubiese llegado hasta él en tan corto periodo de tiempo, casi podía asegurar que era físicamente imposible, sino fuese porque se notaba el tacto en su hombro.
-Tome usted.-se giró sobre si mismo prendiendo el cigarro.
-Gracias.-brilló una sonrisa desdentada a lumbre del fuego mientras tomaba una fuerte calada.-Perdone si le he asustado, pero no creía que fuese lo más conveniente lanzarme el mechero.
-No se preocupe.-le restó importancia más para si mismo que para aquel hombre.
-Se le nota preocupado caballero.-lo miró fijamente a los ojos mientras tomaba una nueva calada.
-No me sucede nada.-intentó evadirse de una posible conversación.
-Yo podría ayudarle.-se ofreció de manera gentil.-Aunque usted no me crea, la gente de la calle, sabemos más de lo que todo el mundo piensa...-aclaró ante la mirada escéptica del empresario.
Pasar de un estado decadente a uno superior, no es ni más ni menos que una cuestión de suerte, o al menos así lo creía la señora de Agustín, Carmen, una mujer muy devota y ante todo fervorosa admiradora de su esposo, ya que en cuestión de unos seis meses habían pasado de la casi más absoluta de las bancarrotas, a la riqueza.
Todo se había dado casi de forma sorprendente tras la nota dejada por su marido en su oficina, en la cual indicaba que había salido de viaje para buscar nuevos clientes en el cada vez más difícil negocio de las bebidas espirituosas, y que en ese tiempo, ella debía de apostar el poco dinero que le quedaba, en presentar su vino a una prestigiosa bienal donde se reunían los mayores expertos en la cata de caldos.
No dudó en un instante en convertir en realidad la voluntad de su esposo. Si “su” Agustín se lo hubiese pedido, se habría lanzado a las llamas del Averno de cabeza sin dudarlo, con solo una insinuación. Fueron muchas las críticas de su familia a tan magna empresa. El fracaso, sobre todo la inversión monetaria en marketing, los dejaría en la calle en menos que canta un gallo. Pero Carmen era una mujer convencida del éxito, además, jamás contradeciría la decisión de su esposo.
Durante la bienal todo fueron nervios, casi ningún exportador se acercaba al stand montado con fines comerciales. Fue durante un concurso donde se decidía el mejor vino del certamen, cuando el fino de su bodega cobró relevancia. Todos los enologos reunidos en aquel espacio, decidían por unanimidad absoluta, la excelencia del vino presentado. Lo consideraban con temperamento, seco, y sobre todo con un sabor tan característico como jamás había existido. Es más, uno de los catadores con regusto poético incluso llego a decir que era como probar la propia ambrosía de los dioses.
Segundos después a ser declarado ganador del concurso, les llovieron los encargos. Eran reclamadas por comerciales de todo el mundo cientos de barricas de aquel elixir. No dudó Carmen en procurar manejar el negocio con ojo avizor, subiendo los precios hasta el triple de su precio habitual.
Recientemente le había llegado una carta del ministerio de industria y comercio por su triunfo empresarial en el sector vitícola, como premio a su logro, iba a recibir la visita del propio ministro del ramo quien deseaba conocer in situ el lugar donde maduraba el fino. Junto a esta carta, también llegó otra de su marido. En esta rezaba que seguía su viaje a través del mundo procurando buscar nuevos mercados. Tal vez ya no fuera necesario, pero sin embargó Carmen respetó la decisión de su esposo. Además no podía contestarle, pues la carta no tenía remitente, ni matasellos, ni Agustín había contactado a través del teléfono. Posiblemente, se planteó su esposa en un momento de inseguridad, se hubiese acabado fugando con otra mujer, pero a eso le empezaba a dar igual, prefería seguir viviendo su momento de gloria.
La bodega se engalanó para el recibimiento de tan alta personalidad, pero cual fue la sorpresa, que sin previo aviso también acudió alguien más a esa visita, y no era otra persona que el mismísimo rey, quien fascinado por el sabor del vino, había decidido acompañar al ministro pese a las advertencias de su gabinete de, quien no veían conveniente una visita sorpresa ya que la bodega no estaría acondicionada para llevar con rigor el protocolo.
Le fueron mostradas a tan ilustres personalidades tanto las viñas, como los lagares, y otros lugares insignes de aquella empresa de carácter familiar. Y como colofón a la visita, Carmen les propició un almuerzo para toda la comitiva.
-Gonzaga trae vino de la barrica grande.-indicó Carmen al mayor de sus hijos.
-Mamá, papá siempre se negó a que se tomase el vino de ella.-le contradijo su vástago.-Esa bota se halla en la bodega desde los inicios cuando el tatarabuelo de padre tomó el control del negocio.-argumentó.
-¡¿Acaso está tu padre aquí?!-protestó sulfurada.-Esta visita nos dará un mayor prestigio, y no debemos de escatimar en nada.
Sumiso Gonzaga caminó hacia la barrica indicada con el fin de sacar de allí el dorado vino que desde tiempos casi inmemoriales se guardaba allí. Necesitó de la ayuda de un par de arrumbadores para descenderla de lo más alto. Una vez en el suelo, hubo que hacérsele un agujero para extraer el a priori sabroso líquido.
Un nauseabundo olor a descompuesto salió de la bota inundando todo el recinto. Posiblemente hubiese algún ratón muerto en su interior por lo que Gonzaga hizo hacer llamar a través de un trabajador a su madre para indicarle la indisponibilidad de aquel caldo.
-Señora, me ha enviado su hijo para comunicarle que el estado del vino de la barrica no está en disposición de ser servido.-le susurró el trabajador al oído.-Posiblemente haya algún animal muerto en su interior.
-¿Cómo puede ser eso?-exclamó atrayendo la mirada de sus invitados.-Discúlpenme un segundo.-pidió.-Debo resolver un pequeño inconveniente que ha surgido.
Por el camino fue pensando en como Gonzaga se había empeñado en estropear aquella recepción. Aquella excusa de que había un animal muerto era tan solo un pretexto para no abrir la bota.
-¿De donde viene ese fuerte olor?-dijo Carmen al llegar ante la bota.
-Es la bota.-señaló su hijo serio.-Podía deducir que no me creerías.-le recriminó al verla presente.
-Pues romper esa bota, ya no sirve de nada.-indicó a sus trabajadores.-Gonzaga mientras acude a nuestros invitados con un par de botellas.-le señaló.-Yo me quedaré a ver como es destruida esa bota.
-Pero…-protestó.
-Ni pero, ni nada.-su rostro se torno iracundo.-Hazme caso.-logró enviar de regreso a su hijo con la cabeza gacha con el rey y el ministro.
Deseaba ver con sus propios ojos como era destruida aquella barrica. Era como simbolizar la ruptura de su matrimonio, la ruptura con el pasado, y su sumisión hacia hombre que le había terminado obviando.
No fue difícil a las hachas el romper la madera casi podrida por el paso de los años. Lo que nadie esperó fue encontrar el cadáver de un hombre descompuesto. Apenas se podía reconocer sus rasgos, pero no le cabía duda a Carmen, que quien se hallaba dentro de la barrica era su esposo. Asombrada por el descubrimiento se desmayó…

-¿Acaso deseas ver en la más absoluta miseria a tu familia?-comentó en tono fanfarrón el mendigo a Agustín.
-Ni mucho menos.-respondió con los ojos brillantes.-Simplemente hallo la solución excesivamente radical.-había aceptado Agustín a oír tras un par de vasos de vino la propuesta de relanzamiento de la bodega por parte del indigente.
-Los miedos sólo llevan al fracaso.-lo desafió con una sonrisa socarrona.-Decide, no tengo todo el día.
-Adelante.-sorbió sus miedos hacia su interior.
No le tembló el pulso al mendigo para inmovilizar con unas cuerdas a Agustín. Luego lo tumbó dentro de una enorme barrica que de antemano había dejado vaciado. Con frialdad usó un cuchillo para cortar el cuello al bodeguero, así como las venas, sin apenas prestar atención a los gritos de dolor. Esperó durante una hora a que se hubiese desangrado entero para a continuación tomar la sangre y verter un par de gotas en cada una de las botas hasta acabar con todo el fluido…

Con insólita fiereza se abalanzó una mujer sobre aquel mendigo que ahora vestía una toga blanca. Su aspecto ya no era tan sucio ni deplorable, es más, incluso se podría comprobar cierta solemnidad en su porte.
-¿Acaso te parece adecuado lo que has hecho?-le recriminó la mujer.-Cada vez son peores tus borracheras, y tus bromas más sádicas.
-Tu siempre estas igual Atenea.-se rió burlonamente.-No entiendes mis bromas.
-No las entiendo.-rebufó con enfado.
-Si pero después, eres la primera en beber.-le ofreció con solemnidad una copa de vino.
-Pícaro.-sonrió satisfecha tras beber el primer sorbo.-Sabes muy bien como ganarme Baco…

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